MONTE CURANDERO
- Pipe Velasco

- 21 nov
- 4 Min. de lectura
Actualizado: 2 dic

Putumayo es un lugar que siempre me ha marcado. La abundancia de sus paisajes, desde el páramo hasta la selva, la fuerza de su cultura, las abuelas, los taitas, las medicinas y el arte que brota en cada gesto cotidiano han hecho que regrese una y otra vez a este departamento a filmar, a compartir, a sentir.
Y en medio de ese sentir y de ese llamado a ir nuevamente a esos lugares que te tocan el alma fue cuando el monte me susurró que había una historia que necesitaba ser contada. Porque así suceden muchas cosas, como llamados. Una historia que no era mía, pero que se encontraba con mi mirada para seguir su camino. Así nació la colaboración con Monte Curandero, un proyecto creado y sentido por Pia Castro, donde la coca, los rituales, la medicina y la vida se entrelazan entre los tejidos y sus simbologías. Un corto documental que se convierte en puente hacia la medicina que guardan las montañas y las chagras, hacia las voces que han tejido memoria durante generaciones: las abuelas.

El monte como símbolo de resistencia y medicina viva
El monte respira, siente, tiene memoria. En muchas comunidades, la montaña es maestra y refugio; es donde la palabra se limpia y la mirada se aclara, en ella se puede revisar la vida, los sueños. Monte Curandero se conecta con esa comprensión: que la naturaleza sana porque en ella está contenida una memoria más amplia que la nuestra. En cada caminata observábamos cómo el territorio hablaba a través de las abuelas. No eran discursos, sino la forma de poner las manos sobre una planta y explicar sus beneficios, la manera de cuidar a su familia, de hilar con paciencia el telar, de caminar sin prisa.
Los tejidos: mapas vivos de la relación con la tierra
Uno de los aprendizajes más bonitos durante estos años de documentar los tejidos en Colombia ha sido comprender que el tejido no es solo un arte: es todo un lenguaje. Las abuelas tejen símbolos que cuentan historias de origen, de su relación con la naturaleza, de la chagra, de la medicina, de su historia. Cada figura, cada color, tiene un significado que entrelaza vida, naturaleza y espíritu. En los telares del alto Putumayo, la tierra y la medicina se convierten en palabra en cada chumbe, en cada sayo, en cada mochila.
El cortometraje no busca explicar, sino acompañar. Una pieza construida entre silencios frente al telar, caminatas en el páramo, recorridos por las chagras y conversaciones sin prisa. Un intento por honrar a las abuelas que cuidan con sus manos, al monte que cura, y a todas las historias que están escritas en los tejidos. Es un acto de gratitud hacia la sabiduría que permanece viva.

La medicina de la montaña siempre deja su marca: una forma distinta de mirar, una sensación de que todo está conectado, un llamado a vivir con más presencia y respeto. Monte Curandero me enseñó nuevamente la nobleza y el amor de las abuelas, la magia de las chagras y la vida. Cuidar para ellas es vivir. Siempre agradecido y bendecido por los cafecitos, los juguitos, las conversadas, el chumbe que me traje, y por haberme permitido estar con mi cámara.

El cortometraje también se convierte en una invitación a honrar la sabiduría de las abuelas. A relacionarnos con la vida como ellas se relacionan con su chagra y sus tejidos: con afecto, con la certeza de que cada hilo sostiene un pedazo de la vida. A comprender que en cada planta, en cada monte, late una medicina que sana el cuerpo, el espíritu y la vida en el planeta. Y que cuando caminamos el territorio con respeto, el territorio es bonito con nosotros.
PD: El viaje de la vida y el trampolín de la muerte
Partí desde el interior del país en moto, llevando solo lo esencial: cámara, preguntas y un profundo deseo de escuchar, de andar, de sentir. La ruta siempre puede ser ceremonial, una manera de enfrentarse a uno mismo. Subí la Linea en medio de la lluvia y neblina, crucé el desierto de la Tatacoa con el sol en la espalda, me interné en las montañas viendo como el paisaje se convertía en selva y enfrenté el Trampolín de la Muerte con el corazón abierto y la mirada atenta. Así avancé, kilómetro a kilómetro, hacia el valle de Sibundoy, en Putumayo. Viajar en moto en Colombia es como enfrentar la vida, tiene momentos hermosos y luminosos pero también otros oscuros, de lluvia, neblina, donde todo es confuso y borroso. Atravesar esos momentos y ver como nuevamente sale el sol y todo cambia es una de las enseñanzas de la moto para siempre seguir el camino.

































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